“María, soñé que tu niño, que Jesús de Nazareth, había nacido en mi pago. Qué hermoso sueño soñé” (Pablo Raúl Trullenque)
“Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado” (Is. 9,6)
Como pastores de esta Iglesia que camina en Santiago del Estero, queremos acercarnos a todos los que habitamos esta bendita tierra, para expresar nuestro sincero deseo de que el Misterio de la Navidad se haga visible en la vida de todos los santiagueños, en sus familias, en sus pueblos, sobre todo en los más alejados, desamparados e indefensos.
Lo que hermosamente dice el autor de la chacarera es el sueño que se hace realidad ante nuestros ojos: Jesús nace en nuestro pago, aquí entre nosotros.
“Un niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado” nos escribe el profeta: esta profecía se cumple en Jesús de Nazaret. Que hermoso contemplar: Dios se hace Niño!! Dios en su infinito amor y sabiduría asume nuestra condición humana: engendrado amorosamente en el seno de una mujer –María-, Dios mismo nace e irrumpe en la historia desde un lugar pobre y sencillo, para compartir nuestro peregrinar humano. Como todo pequeño que nace en un hogar, nuestro Niño Dios necesita en su fragilidad, ternura, amor, dedicación, cuidado, protección para ver la luz, desarrollarse y crecer con normalidad.
Sin embargo, al asomarnos a este bellísimo cuadro de la Natividad, misterio de la salvación escondido en la sencillez de un pesebre, no podemos dejar de recordar a tantos niños santiagueños que vienen al mundo en condiciones semejantes a la de Jesús en Belén. Aún más, el lado oscuro es la realidad de muchos lugares y hogares de nuestra querida provincia en las que nuestros niños sufren carencias y violencias desde temprana edad, llegando hasta la crueldad porque han sido maltratados hasta ser atrozmente mutilados y muertos en la persona de Marito. Este niño muerto, un niño que hasta hace poco tiempo corría y jugaba con sus hermanos y sus amigos revela muchas hipocresías.
Ante la evidencia desnuda, cruel e indefensa de un niño sin vida, impedido de ir al encuentro de su futuro ya no es posible ocultar la falta de sensibilidad y compromiso de una sociedad que se niega a mirar a nuestros niños maltratados, abandonados y obligados a salir a la calle a mendigar pan y cariño.
Dejar ver la verdad que permanecía oculta por la injustica sólo es posible cuando Dios entra en la realidad humana con su gracia y su luz. Cristo es la imagen del niño inocente asesinado por las fuerzas de la iniquidad, de la impunidad, el odio y la violencia que prevalecen en un mundo deshumanizado e individualista que amenaza con invadirnos cada vez más.
Muchos niños y niñas en nuestro país viven bajo temor de ser víctimas de violencia en sus casas, en la escuela, en la calle y en diversas instituciones. La violencia contra las mujeres y los niños representa una de las violaciones de los derechos humanos más extendida que les niega la
dignidad, la igualdad, la seguridad, la autoestima y el derecho a gozar de las libertades y derechos fundamentales. La violencia física y psicológica que sufren nuestros niños y niñas incluye las ejecuciones extrajudiciales, las torturas, los tratos inhumanos o degradantes, los castigos físicos aún en el seno familiar, el abuso sexual, la explotación sexual, la trata y el tráfico.
Un niño es un ser “hacia”, es decir, un ser proyecto en permanente construcción, con una identidad propia aunque se parezca a algún miembro de su familia; un ser trascendente, en relación con Dios, capaz de superarse aún en las condiciones de vida más difíciles.
Esta dimensión si bien es un reto es también una fuente de alegría y esperanza. Todo nacimiento es posibilidad de un mañana mejor. Así como la familia se prepara ante la llegada de un nuevo miembro, y le prepara lo mejor para recibirlo, el nacimiento del Emanuel, Dios con nosotros, alienta e impulsa atender, esperar, cuidar de cada niño que llega a nuestra tierra. Un reto, porque exige a la familia respetar sus características propias, su identidad y su individualidad, ese absolutamente otro que hay en su interior y concentrar sus esfuerzos en conocerlo, reconocerlo y orientarlo para que sea el mismo y no lo que quieren de él. Y es una esperanza, porque aún en las circunstancias de crianza más adversas puede lograr niveles apropiados de desarrollo, si se le ofrecen desde algún otro lugar las alternativas necesarias para que pueda superarse, de tal manera que, un niño que crece con limitaciones físicas, emocionales o morales, siempre podrá superarse si encuentra un espacio adecuado para lograrlo.
Jesús nace entre nosotros, es un sueño y una promesa que se cumple, pero que nos exige dejar de mirar hacia otro lado. No podemos permanecer tranquilos mientras los niños sean víctimas de violencias, abandono y maltratos; mientras nuestras familias no sean espacios de contención, de diálogo amoroso, de educación en las virtudes, de la verdadera Alegría que da el Amor.
A nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, a los animadores laicos, a todos los miembros de nuestras comunidades, a todas las familias, a nuestros gobernantes, legisladores y jueces los invitamos de corazón a estar atentos a esta llegada del Señor: Jesús llega a nosotros en cada niño, y en especial en cada niño pobre, donde hay marginación, desintegración familiar, condiciones de vida indignas. En “tantos Belén” marcados por el olvido, pobreza y desidia humana, la celebración del nacimiento de Jesús, quiere despertarnos y llenarnos de su Amor para ir al encuentro de los que claman por cuidado y protección. No nos cerremos en nuestras celebraciones sin mirar lo que pasa a nuestro alrededor. Si Jesús nació en nuestros corazones, salgamos a trasformas tristezas, secar lágrimas, acariciar y cuidar a nuestros niños.
Una Feliz Navidad es posible si acogemos con Fe a Jesús. A este Jesús que nace “en nuestro pago”.
Con María, Virgen de la espera y del cumplimiento, adoremos al Niño Dios y digamos confiados: tenemos necesidad de Ti Señor, ven y permanece con nosotros Salvador anunciado. ¡Muy feliz Navidad para todos!
MONS. VICENTE BOKALIC CM, Obispo de Santiago del Estero
MONS. JOSE MELITON CHAVEZ, Obispo de Añatuya