Docentes y familia: una alianza por renovar.
Una comunidad educativa es una pequeña Iglesia, mayor que la familia y menor que la Iglesia diocesana. En ella se vive y se convive. En ella peregrinamos como hijos y hermanos hacia la eternidad”
En el dia de los maestros, al alentarlos en su hermosa y ardua misión de educadores de niños y jóvenes les acerco una pequeña reflexión que nace de la experiencia, del Magisterio y por sobre todo de un derecho y deber de las familias. Los responsables primeros de la educación de los hijos es la familia.
En la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “AMORIS LAETITIA” el Santo Padre FRANCISCO, señala: “….me parece muy importante recordar que la educación integral de los hijos es «obligación gravísima», a la vez que «derecho primario» de los padres. No es sólo una carga o un peso, sino también un derecho esencial e insustituible que están llamados a defender y que nadie debería pretender quitarles. El Estado ofrece un servicio educativo de manera subsidiaria, acompañando la función indelegable de los padres, que tienen derecho a poder elegir con libertad el tipo de educación —accesible y de calidad— que quieran dar a sus hijos según sus convicciones. La escuela no sustituye a los padres sino que los complementa. Este es un principio básico: «Cualquier otro colaborador en el proceso educativo debe actuar en nombre de los padres, con su consenso y, en cierta medida, incluso por encargo suyo». Pero «se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto; y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis»” (n. 84)
Un párrafo que es un recuerdo de una verdad a veces olvidada, otra veces ninguneada por algunos modelos educativos ideologizados y que en la práctica apuntan también a la soledad o aislamiento involuntario en el que se encuentran los docentes en su misión educadora. Es cierto que la familia está pasando por diversas y profundas crisis, sean estas relacionadas con aspectos socio-económicos, como la falta de trabajo estable, el ingreso escaso para el sostenimiento familiar, la pobreza que no permite cubrir la necesidades básicas, con así también las referentes a los nuevos modelos de familia, muchas veces monoparentales y otras, en la cuales, los que se hacen cargo de la educación de los niños son los abuelos o algún pariente. Lamentablemente, en la práctica se da que poco participa la familia en el proceso de la educación escolar. La experiencia nos dice que los maestros cuando convocan a los padres de los chicos, la concurrencia no es la deseable en términos de corresponsabilidad formativa. Desgraciadamente se dan situaciones extremas de incomprensión y a veces se llega a la violencia o amenazas. Si aceptamos que la escuela “es la colaboradora de la familia en la educación de los hijos”, debemos buscar por todos los medios incorporar a la familia en el proceso educativo. El Papa Francisco señala que se ha “roto el pacto educativo con la familia”. El desafío entonces es cómo recuperar, restaurar, recrear una nueva alianza entre escuela-familia.
Recordemos que Enseñar a caminar es ya, de alguna manera, “entrar” en una esperanza viva. Así como la verdad, la esperanza es algo en lo que debemos aprender a hospedarnos, un don que nos mueve a caminar, y que más allá de todo desaliento ante tanto mal en el mundo, nos invita a creer que cada día traerá lo necesario para la subsistencia. Es tarea de la familia y de la escuela enseñar a transitar este camino.
Para ello, es imprescindible el dialogo constante entre padres y docentes. El niño deviene de un entorno familiar con sus luces y sombras y reflejan la vida cotidiana del hogar. Hay una constatación de la gran orfandad que tienen muchos niños-adolescentes, con ausencia de la presencia paterna y familiar. Los niños reflejan en sus conductas lo que se vive en la familia. El docente percibe rápidamente cómo es el niño y qué valores y ausencias acompañan su proceso de crecimiento y maduración. La escuela si es subsidiaria de la familia debe buscar recrear lazos, presencia, participación, interés en la educación que reciben sus hijos.
En ese sentido, nos reconforta pensar que los maestros son testimonios y mensajeros de Fe y al mismo tiempo, mensajeros de la Alegría. Deben por lo tanto a aspirar a ser Pedagogos en la Educación de la Fe y Pedagogos de la Alegría. Dos vuelos espirituales tan hermosos y radiantes que son capaces de enamorar una vocación. Dos poderes y Dones de Dios que son capaces de transformar el mundo. Es decir; transformar a esos niños tan vulnerables.
Al ver a tantos docentes cansados, incomprendidos, mal pagos, sin motivaciones, con una carga sicológica que puede desequilibrar la personalidad, se le agrega la ausencia de la familia en sus desvelos educativos. La situación extenuante de los docentes debido a múltiples factores de salud, sociales, económicos, entre otros, dejan su impronta en la tarea cotidiana pero no en la vocación de enseñar para la Vida.
A pesar que se ven experiencias efectivas y creativas de participación de la familia en torno a la escuela, son más los lamentos que las realidades. Ante esto hay una situación que debemos modificar, lograr una mayor participación de las familias: ese es el desafío.
En el devenir educativo, más aun en una sociedad que cambio muchos estilos y costumbres: es imperioso ingeniar, crear, buscar, promover, compartir experiencias, de un nuevo acuerdo familia-escuela o escuela-familia. El esfuerzo inmenso, la tenacidad, capacitación y el cariño que brindan ustedes queridos docentes, corre el riesgo de perderse si no encuentran eco en la familia.
Estamos en un momento de creación histórica y colectiva, la tarea como educadores ya no puede limitarse a “seguir haciendo lo de siempre”, ni siquiera a “resistir” ante una realidad sumamente adversa: se trata de crear, de comenzar a poner los ladrillos para un nuevo edificio en medio de la historia; es decir, ubicados en un presente que tiene un pasado y -eso deseamos- también un futuro. Un futuro de Esperanza, Fe y Alegría.
Los animo como tarea prioritaria: entablar un diálogo abierto, confiado, maduro entre padres y docentes. No es tarea fácil, pero si logramos aciertos en este terreno echamos las bases de una educación solida en los hijos que le ayudara en su inserción en la sociedad o comunidad.
Crear un pacto nuevo! Ese es el objetivo. Si estamos convencidos que los padres son actores impostergables en la educación de los niños, debemos buscar manera de incorporarles.
Los encomiendo a todos a la intercesión de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa. A ella recurrimos, como lo hemos hecho tantas veces, suplicando que nos enseñe a tener la sabiduría del discípulo y la audacia del misionero de Jesucristo, que sabe que con Él hay luz, hay esperanza, hay amor y hay futuro.
Con mi afecto y bendición
Padre obispo Vicente Bokalic cm