De esta forma se afianzó la cultura de la evaluación para conformarnos como comunidad de aprendizaje, entendiendo que, además, se trataba de un deber ético de rendición de cuentas a la sociedad donde prestamos este servicio académico.
El proceso permitió reflexionar sobre el ser y deber ser, en qué tiempo y en qué ciudades toca vivir y desplegar el servicio; y qué aspectos serían deseables mejorar para cumplir más acabadamente la vocación y la misión.
Ayudó a revalorizar y profundizar los principios fundantes de esta institución en su protagonismo histórico desde una cosmovisión cristiana.
La UCSE es una institución con características organizativas especiales por su despliegue geográfico, lo que exigió un importante esfuerzo y cuidado en los modos, los espacios y los tiempos para garantizar participación con pertinencia, calidad y eficacia.
El proceso posibilitó conocer, analizar y ponderar los aspectos fuertes y débiles de la institución, preocupada éticamente por lo que su presencia en el mundo genera, en tanto exige ser actores y partícipes de la solución de los más agudos problemas de nuestra comunidad. También elaborar un capítulo de planes de mejora en el marco del proyecto institucional de la propia Universidad.